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7 de julio de 2012

Tolerancia intolerante


Hoy en día se repite mucho la frase esa de que “los católicos son intolerantes”, apelando a una suerte de consciencia “moral” que existe en el mundo de hoy, por la cual, cualquier persona no debería alzar la voz para decir lo que piensa o explicitar lo que cree, si sus expresiones son afirmaciones de realidad y certeza categóricas, o al menos inspiradas en la naturaleza del ser humano, porque podrían “ofender” a quienes “no piensan así”, o no comparten “esa verdad”.

Incluso, sucede que los católicos son tildados de intolerantes, cuando afirman, yendo contra la corriente, que hay una Verdad, que las cosas no dependen del gusto o disgusto de uno, o de los sentimientos  o sensaciones de otro, que existen parámetros objetivos en la naturaleza que nos rodea, y en nosotros mismos para delinear lo que somos y lo que podemos ser (y negar esto es tan ridículo y peligroso, como querer estrellarse contra un muro y pretender que “para mí” ese muro no está ahí).

Lo que no podemos dejar de lado, es que el pensamiento católico, fundamentado en las enseñanzas de Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre; está también presente como tal en semilla desde que el ser humano genera cultura y sociedad. Es decir, lo que los católicos creemos, no es un invento, no es un capricho, no es una ideología de momento. No. Los católicos creemos, con la autoridad que da Dios, que existen una serie de fundamentos referentes al ser humano, al mundo, a la realidad que nos rodea, e incluso avalados además por las ciencias (como para dejar en claro también que no hay oposición entre fe y ciencia). Para poner un ejemplo sencillo: biológicamente, es evidente y contundente que sólo existen dos tipos de sexo en el ser humano. O físicamente hablando, podemos afirmar que no existe la oscuridad, sino que es mera ausencia de luz.

El Papa Benedicto XVI afirmaba en el 2006, que “la tolerancia no puede confundirse con el indiferentismo”. Y es que hoy se busca que vivamos eso, un evadir la realidad, evadir la Verdad, para fundirnos en una suerte de “gran mar de las ideas” en donde nadie afirma nada que no vaya más allá de “mi opinión” o de “mi verdad”, y todo degenera en una seguidilla de pensamientos débiles; opuestos además, a la necesidad profunda que tiene el ser hombre de certezas y realidades fundamentales para su vida. Sin ellas el hombre vive inseguro, desconfiado de su presente y de su porvenir.

Por tanto, para ser consecuentes y coherentes con lo que somos, y con lo que profundamente anhelamos y esperamos con nuestra vida y nuestro destino, debemos hacer un esfuerzo cada vez más grande por no permitir que se nos reduzca “al espacio personal” como se quiere hacer con nuestra fe y las verdades que por gracia podemos proclamar. No nos quedemos callados. Los católicos debemos dejar ya de estar dormidos, y salir más bien con radical caridad, a recorrer esta ruta contracorriente que se nos abre en el día de hoy. No dejemos que se proclame contra nosotros esa injusta "tolerancia intolerante".