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21 de agosto de 2012

El deporte y la vida cristiana


Hace poco, tuvimos la ocasión de ver las Olimpiadas de Londres 2012, en donde, como cada cuatro años, pudimos disfrutar del esfuerzo y la entrega de la gran mayoría de los mejores deportistas del mundo, buscando dar todo de sí mismos para conseguir alguna medalla para sus países. Entre los diferentes momentos de emotividad y competitividad de las distintas disciplinas, pudimos ver cómo, también en el deporte, se exaltan los grandes y nobles ideales del ser humano. El “citius, fortius, altius” (más rápido, más alto, más fuerte), tan característico del espíritu deportivo, y tan presente en un evento como este, movía a que en todo momento los deportistas se exigiesen según el máximo de sus capacidades y posibilidades.

Y reflexionando acerca de esto, me encontré con que, ciertamente, el ser humano, anhela aquellas cosas que de verdad le son exigentes. Por la propia experiencia de vida, cualquiera de nosotros puede dar fe de esa gran verdad de que “todo lo bueno es exigente”. Y ello nunca debe ser ocasión para atemorizarnos o guardarnos algo para nosotros. Más bien, afrontar las situaciones con la naturalidad de quien quiere lo mejor para las personas que le rodean, y para sí mismo. Nadie, sinceramente, quiere lo “poco” o lo “mediocre” para las personas que ama.

Incluso en el deporte, podemos encontrar analogías muy interesantes con respecto a la vida cristiana. El Apóstol San Pablo, que era un conocedor de los deportes de la época (recordemos que se dedicaba fundamentalmente a evangelizar a los griegos, que fueron los iniciadores de las Olimpiadas), nos dice: "Ya sabéis que en el estadio todos los atletas corren, aunque uno solo se lleva el premio. ¡Corred de manera que lo consigáis!" (1 Co 9, 24). Nos alienta así a esforzarnos por alcanzar la santidad, en la cual, gracias a Dios, pueden ser muchos los premiados. O en otro pasaje dice: "Corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús" (Heb 12, 1-2). Con ello nos recuerda, además, que la vida cristiana es como una carrera en la cual debemos mantenernos con firmeza y perseverancia siempre avanzando, superando y venciendo pruebas y obstáculos, y sobre todo, con la mirada fija y siempre dirigida al Señor Jesús, nuestra meta, camino y compañero. 

Esto es lo que hace un verdadero atleta: combate, persevera, resiste, se entrega, se esfuerza, se educa, y todo esto, para conseguir el premio anhelado: "¡Corred de manera que lo consigáis!" (1 Co 9, 24). De la misma manera, todo cristiano, debe esforzarse por cumplir el Plan de Dios cada día, siempre buscando avanzar más rápido, aspirando a llegar más alto, y exigiéndose cada día más fuerte. 

El Beato Papa Juan Pablo II, en el Jubileo de los Deportistas del año 2000, señalaba: «Todo cristiano está llamado a convertirse en un buen atleta de Cristo, es decir, en un testigo fiel y valiente de su Evangelio. Pero para lograrlo, es necesario que persevere en la oración, se entrene en la virtud y siga en todo al Señor. En efecto, Él es el verdadero atleta de Dios; Cristo es el hombre "más fuerte" (cf. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al "adversario”»

Por ello, siguiendo estas pequeñas analogías, que en algo buscan ayudar a quienes quieren vivir su vida cristiana con fidelidad y coherencia, esforcémonos día a día por alcanzar la meta que es el cielo, con la alegría de quien sabe que el triunfo ya está conseguido y con la firmeza de quien sabe que habrá dificultades. Recordemos que por Jesús “competimos" y que nuestra “bandera común” debe ser ese sabernos cristianos, siempre orgullosos de mostrar nuestra identidad a los demás. Y, sobre todo, siempre avanzar “fijos los ojos en Jesús, que inicia y consuma la fe” para obtener la única corona que "no se marchita", la única que vale la pena: la santidad. 

1 comentario:

  1. Esto me ha ayudado mucho a entender que la vida cristiana no sólo es armonía con tu espíritu, sino también con tu cuerpo humano. Así también, como estos deportistas admirables nosotros podríamos luchar por querer alcanzar nuestros más grandes anhelos. ¡Gracias!

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