Desde hace algunas semanas estamos viviendo el hermoso tiempo litúrgico de la Pascua, en donde celebramos la Victoria del Señor sobre la muerte y sobre la oscuridad del pecado; y con ello, la concreción de la esperanza más honda de todo ser humano: alcanzar el cielo y vivir para siempre con Dios. En tal contexto, publico estas líneas que a manera de poesía, presentan a aquella mujer que tuvo la gracia de ser de las primeras en anunciar la Resurrección del Señor; privilegio que nos enseña cómo nadie es digno de la misión que Jesús encomienda, pero que aferrándonos a su gracia y con nuestra cooperación, podemos vencer aún en las circunstancias más difíciles.
Una flor marchita
se deshoja y va muriendo;
una azucena triste
llora su torpeza.
A tientas va
A tientas va
y a tientas viene
zarandeada por el viento;
en la noche se lastima,
se pierde, se tropieza,
con duros juncos y espinas.
Oscura sequía
que hiere dulces pétalos
anhelantes, frágiles,
y errantes,
por la fría brisa
que seca los anhelos
de la flor que busca
en lenta prisa,
el agua pura,
el agua fresca.
Y va perdiendo su belleza,
hoja por hoja;
va doliéndose
en hondo sollozo;
va hundiendo
su rostro fatigado
en su tallo frágil
por las heridas del pecado.
Pero no todo está acabado.
Una luz va abriendo paso
la sepulcral tiniebla;
un calor enciende,
el iris de sus apagados pétalos.
Una mano,
un brazo fuerte,
de segador campesino,
arranca la flor del suelo,
la levanta del polvo,
y la toma radiante consigo.
La azucena se arroja,
superando miedos y temores,
a los brazos del Hortelano,
dejando atrás los dolores;
alzando su faz,
alzando su faz,
en dirección al cielo,
cruzando miradas,
con ese Sol eterno;
abrazando la paz,
que su corazón buscaba.
Y vuelve a brotar,
se embellece de nuevo,
pues bebe del agua cristalina,
que apaga su sed ardiente;
florece en eternos prados,
entretejidos en el firmamento.
Y en aquel bello jardín,
brilla, resplandece,
como estrella cercana,
en lección de misericordia,
de alcanzar el Amor,
con Dios la concordia;
esta blanca azucena,
esta hermosa flor,
llamada para siempre:
María Magdalena.