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31 de mayo de 2011

La flor de Magdalena

Desde hace algunas semanas estamos viviendo el hermoso tiempo litúrgico de la Pascua, en donde celebramos la Victoria del Señor sobre la muerte y sobre la oscuridad del pecado; y con ello, la concreción de la esperanza más honda de todo ser humano: alcanzar el cielo y vivir para siempre con Dios. En tal contexto, publico estas líneas que a manera de poesía, presentan a aquella mujer que tuvo la gracia de ser de las primeras en anunciar la Resurrección del Señor; privilegio que nos enseña cómo nadie es digno de la misión que Jesús encomienda, pero que aferrándonos a su gracia y con nuestra cooperación, podemos vencer aún en las circunstancias más difíciles.   


Una flor marchita
se deshoja y va muriendo;
una azucena triste
llora su torpeza.
A tientas va
y a tientas viene
zarandeada por el viento;
en la noche se lastima,
se pierde, se tropieza,
con duros juncos y espinas.

Oscura sequía
que hiere dulces pétalos
anhelantes, frágiles,
y errantes,
por la fría brisa
que seca los anhelos
de la flor que busca
en lenta prisa,
el agua pura,
el agua fresca.

Y va perdiendo su belleza,
hoja por hoja;
va doliéndose
en hondo sollozo;
va hundiendo
su rostro fatigado
en su tallo frágil
por las heridas del pecado.

Pero no todo está acabado.
Una luz va abriendo paso
la sepulcral tiniebla;
un calor enciende,
el iris de sus apagados pétalos.
Una mano,
un brazo fuerte,
de segador campesino,
arranca la flor del suelo,
la levanta del polvo,
y la toma radiante consigo.

La azucena se arroja,
superando miedos y temores,
a los brazos del Hortelano,
dejando atrás los dolores;
alzando su faz,
en dirección al cielo,
cruzando miradas,
con ese Sol eterno;
abrazando la paz,
que su corazón buscaba.

Y vuelve a brotar,
se embellece de nuevo,
pues bebe del agua cristalina,
que apaga su sed ardiente;
florece en eternos prados,
entretejidos en el firmamento.

Y en aquel bello jardín,
brilla, resplandece,
como estrella cercana,
en lección de misericordia,
de alcanzar el Amor,
con Dios la concordia;
esta blanca azucena,
esta hermosa flor,
llamada para siempre:
María Magdalena.


2 de mayo de 2011

Juan Pablo II, te quiere todo el mundo


Santo Subito” fue la aclamación de la gente en la Plaza San Pedro en el último adiós a nuestro querido y recordado Papa Juan Pablo II. Y la Iglesia, siempre sabia, no ha hecho oídos sordos a esta aclamación popular. Es por ello que ahora podemos llamar Beato a este Papa que viniendo de un lugar “lejano”, como mencionó en sus primeras palabras al ser elegido Sumo Pontífice, se ha hecho cercano en el corazón de todos y cada uno de quienes lo conocieron.
S.S. Benedicto XVI en la Homilía de la Beatificación de Karol Wojtyla, mencionaba que el Papa “es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica”. Y agregaba: “hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad”.
Y es que, como me lo recordaba ayer un amigo, este Papa, es alguien que hemos conocido. Alguien que hemos visto reír, abrazar, alegrarse y entristecerse; proclamar la Palabra con fuerza y con dulzura; lo hemos visto enfermo, cargando la Cruz hasta el final, asumiendo el sufrimiento con valentía (ante un mundo que dictamina que buscar el propio confort y el placer por el placer, es norma de vida); incluso, algunos lo habrán podido saludar, conversar con él, cruzar miradas, escuchar sus palabras en homilías o discursos, percibir en ellos su fuerza y su hondura, que le venían del encuentro cotidiano con Jesús; leer sus libros, su testimonio, entender sus preocupaciones y esperanzas plasmadas en el papel; lo hemos visto perdonar, los hemos visto siempre auténtico, con jóvenes, con niños, con adultos, con ancianos; con Obispos, con familias; con pobres, con ricos; con mandatarios, con humildes trabajadores. Lo hemos visto conmoverse y sobretodo lo hemos visto amar a Cristo, con sus palabras, con sus obras, en su oración; y amar a María (basta recordar el “Totus Tuus”), acompañándola en el Camino de la Cruz de su Hijo.
Este Papa, es una persona, que definitivamente nos ha hecho amar más a la Iglesia, abrazarnos a ella; y estrecharnos más entre todos, en ese abrazo con el Padre eterno, con Cristo nuestro hermano, acogiendo al Santo Espíritu en el renovado Pentecostés que ha sido todo este último tiempo y descubriendo la presencia maternal de Santa María en nuestras vidas y en nuestro caminar como pueblo peregrino.
El ahora, Beato Papa Juan Pablo II, ha sido, pues, una luz de Dios para nuestras vidas. Y lo hemos conocido. Su testimonio, por tanto, debe llevarnos a contemplar la meta, el horizonte, como alcanzable, realizable. ¿Cómo? Como él vivió. Amando en todo, entregándole la vida a Dios y a los demás, entendiendo que la auténtica felicidad está en Cristo y en un seguimiento fiel, firme y perseverante, de la mano de María (Totus Tuus), y por supuesto, por descontado (con la certeza que nos da la Iglesia), con la intercesión de este querido Beato Juan Pablo II, a quien todo el mundo quiso y quiere, y cuyas palabras siguen resonando con fuerza en nuestros corazones: “¡No tengáis miedo!”.

No tengamos miedo a la santidad, no tengamos miedo a comprometernos con Cristo. Sólo Él da la verdadera felicidad. Basta ver el rostro de Juan Pablo II para entender la realidad de estas palabras.



Un gran video que grafica mejor lo que he querido tratar de decir con estas breves palabras: