Visitas

1 de diciembre de 2012

El mejor regalo de Navidad

Tiempo de Navidad. Tiempo de Dios. Tiempo especial para celebrar Su nacimiento en medio de nosotros. Y sí, tiempo de regalos también. ¿Regalos? Sí… Tiempo para detenerse un momento, respirar, y pensar en todo los regalos que Dios mismo nos da. Miremos nuestras vidas: familia, amigos, bienes espirituales, bienes materiales, el mismo don de la fe, un bello paisaje, la creación toda, en fin. Nuestra propia vida, es en sí un regalo de Dios, con un único e inmerecido destinatario: cada uno de nosotros. Dios nos regala en todo momento, y desde siempre.

Y Navidad es justamente, tiempo para pensar en un regalo especial que Él nos ha querido dar: ¡Él mismo! ¡Sí! ¡Dios, eterno, infinito, inalcanzable, todopoderoso, grandioso… se ha querido hacer terreno, finito, alcanzable, cercano, humilde, Niño! En resumen: ha querido hacerse SER HUMANO.

Dios mismo, se nos da como regalo. Para que viviendo la vida humana, desde la raíz, pudiese salvarnos desde la raíz. Y es que un regalo se da sin cálculos, sin contemplaciones, porque existe un cariño particular por esa otra persona, se busca que sea algo que necesita, algo que le pueda servir, algo que le guste. Un regalo se da completo, no a medias; en un sentido, ya no le pertenece a quien entrega, sino al que recibe; y comúnmente, debemos “des-cubrirlo”, es decir, abrir la envoltura.

Dios, también ha querido darse a nosotros así, como regalo. Se ha dado todo para nosotros, porque lo necesitábamos para poder volver a la Vida, y nos ha mostrado cuánto le importamos, cuanto nos ama. Porque nuestra vida necesita de su Vida. Y se da completo, dedica su tiempo y su vida entera a reconciliarnos a todos. Su vida es parte de la nuestra; y ha querido que sea un “descubrimiento” de cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra vida:  ese camino de ir conociéndolo, de ir haciendo que Jesús sea parte de mi vida. O más bien, nosotros ir haciéndonos parte de la suya.

Aprovechemos pues, en esta Navidad, para reflexionar sobre todo esto. Y entender que toca pues, de nuestra parte, retribuir a Dios su generosidad. Cuando uno recibe un regalo, siempre queda la sensación de querer corresponder a esa otra persona de alguna manera. Y probablemente, aunque lo hagamos, tendremos tal vez la experiencia de que “falta”. Pero Dios, no nos pide mucho. Simplemente, que nos demos a Él también así: haciendo de mi propia vida un regalo agradable a Dios, sin contemplaciones, sin cálculos, sin negociaciones vanas, haciendo que mi vida, sea cada vez más de Él.