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9 de noviembre de 2010

Ante el ocaso de la vida

Si a alguno le ha tocado alguna vez estar en un velorio, y se ha puesto a reflexionar con seriedad, se dará cuenta de que la tristeza o la evasión de la realidad son muy comunes. Pero, ¿por qué no aprovechar la ocasión para profundizar en las cosas esenciales de mi vida? ¿Por qué no dejarme cuestionar?


Hay lágrimas por doquier,
de quien se duele sin consuelo.
Hay sonrisas,
falsamente esbozadas,
queriendo ocultar
el pesar y la tristeza.
Hay también
alegres y sonoras carcajadas,
un “hola” por aquí,
un “a los años” por acá.
Éstos no entienden nada.
Está también el dolor
punzante y agudo,
de quien se siente
caminando entre muertos.
O por qué no,
aquel dolor
sencillo y transparente,
de un amor puro y sincero,
que aún no entiende
qué ha ocurrido.

Pero, ¿qué sentir?
¿Por qué llorar?
¿La miseria
se debe ocultar?

Del polvo venimos,
eso lo sabemos.
Pero cuánto cuesta afrontar
que al polvo volvemos;
cuanto cuesta entender
que no somos
en la tierra eternos;
y que más bien,
nos espera un final,
que no es bonito,
ni de colores,
y que llegará
tarde o temprano.

Hasta aquí, ¿algo claro?
¡Pues claro que no!
Imposible que el anhelo
termine en tal dolor;
imposible que el Amor,
dure sólo hasta aquí.
El corazón se duele, llora,
pero se resiste a creer
que todo acaba así.
Y es que el dolor,
algunas veces nos atonta,
nos ata;
enceguece nuestro camino,
y no nos deja ver
ese eterno destino.

Porque la vida aquí, termina.
Y cómo duele.
Pero debemos
mirar más allá,
trascender, entender,
que el Amor continúa,
que el anhelo se perpetúa,
y que en esta tierra,
construimos nuestra muerte.

¿Pero todo termina allí?
¡Imposible también!
El dolor no es vano,
el esfuerzo es humano;
y la aparente derrota,
que es la Muerte,
es vencida,
pisoteada y enterrada
por Aquel
que le da sentido a todo:
a la vida,
a la muerte,
al dolor,
a lo humano,
al Amor;
pues con Él,
vamos de la mano,
a encontrarnos fraternalmente,
en su Casa,
en nuestro Hogar,
con aquellos hermanos,
aquella Madre,
aquel Padre,
aquel ser querido,
aquel amigo.

Y así vivir en su Morada,
saciar este anhelo,
llenar el vacío,
entender el dolor,
amar y adorar
todos unidos,
en un abrazo infinito,
que no termina nunca,
que comienza siempre,
a nuestro querido Dios.






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